viernes, 18 de septiembre de 2015

El fin de las separaciones

El comunismo significa el fin de las separaciones que compartimentan nuestra vida.
La vida profesional y la vida afectiva dejan de oponerse. Ya no existe un tiempo para consumir y un tiempo para producir. Las escuelas, los lugares de producción, los centros de ocio, no son ya universos distintos y extraños entre sí. Éstos desaparecen progresivamente con la desaparición de su función especializada. En el seno del proceso productivo, la jerarquización y el recorte en rodajas de la actividad humana se borran. Ello será el fin de esa situación donde el obrero es el mandado del diseñador, el diseñador el mandado del ingeniero, el ingeniero el mandado de la banca o de la administración.
El acabamiento de estas transformaciones tomará tiempo. No se puede borrar de un solo golpe nuestro cuadro de vida, un cierto tipo de desarrollo tecnológico, unos hábitos y unas deficiencias humanas. Las medidas se impondrán en este sentido, y harán sentir sus efectos a partir de la abolición de la producción mercantil y el asalariado.
La separación entre la vida profesional, por una parte, y la vida efectiva y familiar, por la otra, está ligada al desarrollo del trabajo asalariado. El campesino se vio arrancado de su tierra y de su familia para ser integrado al universo industrial. Antaño, la familia constituía la unidad de vida y producción. El marido y la mujer, pero también los hijos y los ancianos, participaban en los trabajos de la granja y los campos. Cada uno encontraba actividades útiles y al nivel de sus fuerzas.
Los reaccionarios adoran colocarse como defensores de la familia amenazada. Estos cretinos se niegan a ver que es precisamente el orden que ellos defienden lo que la reduce al rol marginal que ha adquirido. Los vínculos de parentesco eran vínculos de ayuda mutua en el plano agrícola. Se extendían bastante más allá de la pareja y su descendencia directa. Actualmente la familia es ya únicamente el lugar de la producción de los hijos. ¡Y aún más! Su rol económico es el de una unidad de consumo. La institución fundamental, la celda básica de las sociedades capitalistas desarrolladas, no es la familia, es la empresa.
Nosotros no pretendemos volver a poner sobre sus pies a la vieja familia patriarcal para hacerle asegurar la producción en el lugar de la empresa capitalista. Los vínculos de sangre fueron capaces de desempeñar un rol importante en el pasado. Ya no corresponden a cosa importante en el mundo moderno.
En la sociedad comunista, para cumplir una actividad productiva o no, la gente no será ya reunida por medio de la fuerza del capital. Se asociará reunida por su gusto común y su afinidad. Las relaciones entre personas tomarán tanta importancia como la producción misma.
Nosotros no afirmamos que los vínculos propiamente amorosos, por una parte, y las relaciones profesionales, por otra, coincidirán. Ello será cuestión de elección y azar. Pero será también mucho más factible de lo que es actualmente.
Algunos quieren ver en el comunismo la puesta en común de las mujeres y los niños. Esto es una estupidez.
Las relaciones amorosas no tendrán otra garantía que el amor. Los niños no serán ya atados a sus padres por la necesidad de comer. El sentimiento de propiedad sobre las personas desaparecerá a la par del sentimiento de propiedad sobre las cosas. Esto es lo que resulta bastante inquietante para aquellos que no imaginan pasar por alto la garantía del gendarme o del cura. El matrimonio desaparecerá en cuanto sacramento estatal. La cuestión de saber si dos... o tres o diez personas quieren vivir juntas e incluso ligarse por un pacto, no concernirá más que a ellas. Nosotros no tenemos que determinar o limitar las formas de vínculos sexuales posibles y deseables. La castidad misma no es algo rechazable. ¡Es una perversión tan estimable como cualquier otra! Lo que importa, además del placer y la satisfacción de las parejas, es que los niños crezcan en un medio que responda a su necesidad de seguridad material y afectiva. Esto no es una cuestión de moralidad.
En los restos de una familia gangrenada por la mercancía, la hipocresía domina. O atribuye al amor lo que no es sino seguridad económica, afectiva o sexual. Las relaciones entre padres e hijos han alcanzado el fondo de la degradación. Bajo el velo de la afección, la voluntad de explotar responde al deseo de poseer. El hijo porta como un grillete las esperanzas de padres con vidas fracasadas. Debe desempeñar el papel de un mono entrenado, aprobar la escuela, mostrarse inteligente y calmado, o activo y pleno de iniciativa. A cambio recibe un poco de afección o dinero en el bolsillo.
Al igual que la familia, remanso de seguridad y amor en un mundo duro y hostil, no escapa a la realidad mercantil, la empresa no se libera de la afectividad. La amabilidad aparente, el puño de mano, ocultan el desprecio, la rivalidad y la explotación. Todo el mundo es bello, todo el mundo es amable, todo el mundo dialoga, pero sobre todo, todo el mundo se jode entre sí.




Traducción de “Fin des separations”, capítulo de Un monde sans argent : le communisme.

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